miércoles, 11 de febrero de 2009

EL "SERRO"

No pocas veces me vi con la ropa sucia, las uñas negras y el pelo enmarañado y a golpes pegado en la frente por el sudor. Una vez y luego otra. Y siempre una última antes de que el grito materno marcara la hora de la cena. Arriba y abajo, rodando sin miedo a encontrar una roca, dejando los pantalones en aquella empinada cuesta, con el viento en la cara, conteniendo la respiración y sintiendo oleadas de adrenalina por mis venas.Yo, que nunca conocí la nieve entre los dedos, aprendí a lanzarme en improvisados trineos por la cuesta del “Serro”. Mi Serro, no era más que el terreno (un cerro) entre El Coso de las Canteras y mi casa. Recuperado con el tiempo a base de matorral bajo mediterráneo, nitrogenado con el paso de las cabras durante años, cuando mi futura formación no me permitía aún hacer este tipo de anotaciones, simplemente era, mi mejor parque de recreo.Amapolas, hormigueros (si había suerte con “alúas”), rocas con agujeritos (que más tarde aprendí a identificar como tobas), tomillo (que mi abuelo recolectaba cuando venía a visitarnos desde Sant Hilari), ortigas (aliadas contra los primos urbanitas…), agujeros de tarántulas, culebras en la pared de la plaza de toros, y a veces incluso setas de cardo. Un auténtico edén para una niña de seis años.
El sonido me perturbaba. La retroexcavadora arrancaba las entrañas de mis sueños de la infancia. Una preadolescente que hacía ya tiempo que no montaba en trineo, ni paseaba, palito en mano, hurgando a las hormigas o a las siempre desagradables e irresistibles arañas… Mi pedacito de naturaleza, convertido en un parque de dudosa utilidad… dejémoslo en que es un “espacio” y no un “lugar”.Tengo el recuerdo de aquellos años y vuelve a mí cada vez que veo a los niños, o mejor dicho, cuando no los veo jugar, porque se recluyen forzosa o voluntariamente ante la televisión, el ordenador o la “pleisteishon”, o a lo sumo juegan en un arenero de dos por dos, con los ojos de sus madres clavados en el cogote. Ahí no hay cuesta para rodar poniéndose perdido, ni hormigueros, ni uñas sucias que valgan, ni bocata de “leche, cacao, avellanas y azúcar”, tres veces recogido del suelo, pero comido sin la mortal amenaza de una infección.

Los niños de hoy también juegan… supongo...

Rocío Pérez.

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